El 11 de abril de 1870 se produce un atentado que termina con la vida del gobernador Justo José de Urquiza, en su residencia del Palacio San José, y en Concordia ultiman a dos de sus hijos.

Para entonces el general Urquiza, lleva gobernando directa o indirectamente a Entre Ríos desde 1841, es decir casi tres décadas, con una visible pérdida de popularidad lo que convierte a Entre Ríos en una sociedad dividida en bandos irreconciliables. El natural desgaste que produce la función pública alcanza al considerado organizador de las instituciones y de la unidad nacional, y primer presidente de la Confederación, que a esta altura ya no es el mismo Urquiza del ayer promisorio.
El desenlace de la batalla de Pavón, en que Urquiza aparece ante los entrerrianos como abandonando el campo sin esforzarse por conseguir la victoria cuando esa victoria estuvo a punto de obtenerse, según el parte del general Benjamín Virasoro y del coronel Ricardo López Jordán, anunciando «la completa dispersión del enemigo», decepciona y entristece al pueblo que acentúa el regateo de sus simpatías al famoso gobernador. Deja de ser su líder para reemplazarlo con López Jordán. La transición es visible.
Otro de los factores que concurre a restar al organizador su popularidad, es su aceptación de particiapar en la guerra del Paraguay contrariando el sentimiento del pueblo entrerriano. Para Entre Ríos, Paraguay no era su enemigo. Su enemigo eran los brasileños, que bombardearon Paysandú y derrocaron el gobierno «blanco» que gozaba de la solidaridad entrerriana; el presidente uruguayo, general Flores, usufructuario de los resultados de la intervención brasileña y de las simpatías porteñas a esa empresa guerrera y Mitre que representaba el sentimiento localista de Buenos Aires contra el cual se habían batido fieramente los caudillos provincianos.
De ahí el desbande de las caballerías entrerrianas, en Basualdo y Toledo, desacatando por dos veces a su comandante el general Urquiza. La visita del presidente Sarmiento al gobernador entrerriano, el 3 de febrero de 1870, estimula las desconfianzas suscitadas en torno a la conducta política del mandatario local y, cuando se abrazan, se lanza por todos los campos la conocida expresión acusatoria: «Urquiza se ha vendido a los porteños». Es que el hombre ya está despegado del corazón del pueblo.
Los revolucionarios levantan una bandera de reivindicación de libertades y derechos que se estiman conculcados.
El 11 de abril al atardecer, Urquiza es asesinado en su Palacio de San José, por una banda encabezada por el capitán Simón Luengo. Los criminales penetran a la residencia por la entrada al fondo del palacio, recorren, dando gritos agresivos y ofensivos, el extenso y amplio trayecto que lleva a la habitación de la víctima, ubicada casi sobre el frente del edificio, sin que ninguna guardia, ningún soldado, ninguna persona del servicio interrumpiera su paso. De esto se ha deducido que el personal civil y militar de la casa está complicado con el suceso. Urquiza, advertido del peligro, pudo salvarse refugiándose en habitaciones interiores, pero sale al encuentro de la partida y, decidido, se resiste, lucha y usa su arma de fuego hasta caer víctima de las balas y puñales. Simultáneamente en Concordia, son asesinados sus hijos Justo Carmelo y Waldino.
López Jordán se declara responsable de la revolución pero no del crimen. Y esa responsabilidad la comparte la Legislatura y el pueblo de Entre Ríos, que en momento alguno exterioriza su protesta por lo acontecido, que luego lo nombra gobernador y acompaña al caudillo en la larga batalla en defensa de la aspiración expresada en la divisa blanca que se lleva prendida al pecho o al sombrero: “Defendemos la Soberanía de la Provincia».
Fuente: Archivo Entre Ríos