Florencia tiene 36 años, es Trabajadora Social y madre de Catalina y Lisandro. En este desafío de animarse y relatar el propio parto escribió sobre el primero. Pasen y lean.
Por Florencia Fita
Jamás pensé escribir acerca de mi parto, y eso que escribir significa entre otras más, una de mis pasiones. Y no debe ser casual, como nada lo es en esta vida, porque las mujeres hemos sido histórica y culturalmente enseñadas/aprendidas a naturalizar algunas cosas que nos pasan, solo por el hecho de ser mujer. Considero que si no estuviésemos inmersas en este hermoso huracán de visibilizarnos como tales haciendo valer nuestros derechos (todes), nada de aquello tan natural nos haría ruido y muy por el contrario hemos estallado juntas con el fin de mirarnos, amarnos, valernos, sentirnos, socializarnos en un latir de sentidos y subjetividades que se siente fuerte, adentro, en los ovarios, como las contracciones del parto que sentí el día que fui a tener a Cata.
Yo deseaba tener un parto natural, pero a la partera y a mi ginecóloga se les ocurrió marcar el destino de llegada de mi niña, y no lo hicieron amorosamente, lo hicieron a su manera, bastante bestialmente si cabe el término. La partera me vio a las 9 de la mañana de ese viernes 16 de septiembre de 2005, me hizo tacto, me hurgueteó hasta hacerme doler, me dijo que para el mediodía estaría con contracciones fuertes para que nazca. Yo caminé, preparé las cosas, esperé, esperé, esperé. Para el mediodía las contracciones si bien eran fuertes no indicaban que la chiquita quería salir de mí. La ginecóloga me dijo que para las tres de la tarde me interne y, como buena alumna que siempre fui, ahí estaba firme. Todo lo que siguió fue horrible, me indujeron el parto por goteo, me rompieron la bolsa (con una tijera sí), entre otras seguidillas de escenas que prefiero olvidar. El caso es que Cata nació por cesárea a las 21 hs, nadie me dijo cómo estaba, ni con quién, ni cuánto había pesado, medido, etc. NADIE. Hasta que pude hilar las ideas y preguntar por ella ya que el cansancio no me lo permitía, y mientras me cocían las tripas, ninguno de los que estaba ahí se acordó que debajo de la sutura estaba yo, era más interesante hablar del concierto al que asistirían luego de coser la paciente numero mil del año en curso.
No soy rencorosa, no guardo broncas ni odios porque creo que todo lo que nos pasa mientras crecemos nos enseña a ser mejores, aunque cuando estamos transitando un dolor no nos demos cuenta de esto. Y hoy es un día de esos, en los que el dolor me habilita la palabra, me habilita el derecho a decir, a no callar, a compartir. Que nadie nos marque el destino, ni el tiempo, ni la forma. Seamos un poco más leales, desnaturalicemos las practicas hegemónicas que nos preformatean la vida y las experiencias del ser mujer, madres, hijas, amigas, esposas. Estamos hechas de historias, pero que no te la cuenten, reinventate y sé protagonista.