Con testimonios del horror comenzó el juicio contra el excomisario Mazzaferri

Se realizó la primera audiencia por los hechos de La Noche del Mimeógrafo, ocurridos durante la dictadura en Concepción del Uruguay. Las víctimas relataron la perversión con que actuaba el acusado.

Foto: APFDigital

Por Alfredo Hoffman
para UNO Entre Ríos

Con las dolorosas declaraciones de dos de las víctimas y con una indagatoria en que el acusado intentó mostrarse como un inocente policía que no participó de ningún procedimiento en que se violaran los derechos humanos, comenzó este martes el juicio oral y público contra José Darío Mazzaferri, procesado por secuestros, torturas y otros crímenes de lesa humanidad, cometidos en julio de 1976 en Concepción del Uruguay.

La jornada en la sala del Tribunal Oral en lo Criminal Federal de Paraná se extendió durante gran parte del día. Se inició pasadas las 10 de la mañana con la concentración de organizaciones de derechos humanos, sociales y políticas frente al edificio de calle Urquiza 872, y finalizó a las 19. Ante un publicó que colmó el espacio de la pequeña sala de audiencias –en gran medida, militantes llegados dese Concepción– el proceso tuvo sus momentos de mayor emoción cuando los sobrevivientes César Román y Roque Minatta contaron ante los jueces Beatriz Caballero de Barabani, Otmar Paulucci y Jorge Sebastián Gallino, las atrocidades que debieron soportar en la delegación uruguayense de la Policía Federal Argentina, donde Mazzaferri y sus camaradas los mantuvieron secuestrados durante una semana.

Los hechos relatados se iniciaron el 19 de julio de 1976, con los secuestros de quienes eran en ese momento militantes estudiantiles de escuelas secundarias de esa ciudad entrerriana. Los sucesos se recuerdan como La Noche del Mimeógrafo, debido a que las víctimas eran interrogadas acerca de la ubicación de ese instrumento con el cual habían impreso volantes de denuncia contra la dictadura de Jorge Rafael Videla.

Tanto Román como Minatta ubicaron perfectamente a Mazzaferri como uno de los principales autores directos de los delitos de privación ilegal de la libertad, torturas, violación de domicilio y asociación ilícita, por los cuales está acusado. Se trata de crímenes considerados de lesa humanidad, cometidos en perjuicio de un total de ocho víctimas.

El imputado no solamente estaba presente en los secuestros, sino que también era quien empuñaba la picana eléctrica y ejecutaba otros métodos de torturas físicas y psicológicas y amenazas contra jóvenes que en la mayoría de los casos no pasaban los 18 años. Los testimonios dejaron en claro el alto grado de perversión con que actuaba.

El desconcierto de Mazzaferri

El imputado fue trasladado en un vehículo del Servicio Penitenciario Federal desde su lugar de detención, la cárcel de Villa Devoto, en Buenos Aires. Cuando lo bajaron para introducirlo en el edificio del tribunal fue recibido por una lluvia de acusaciones e insultos de parte de los militantes. Una vez en la sala se acomodó junto a sus abogados defensores Guillermo Morales y Martín Montegrosso, y a pocos metros de su esposa. Mientras se leía el extenso texto de la elevación a juicio, se mostraba incómodo y reaccionaba con pequeñas gesticulaciones ante las referencias a los hechos aberrantes por los que lo acusan.

Luego aceptó declarar e incluso responder preguntas de todas las partes. Lo hizo para presentarse como un joven de 23 años en ese momento, que supuestamente no recuerda todo lo ocurrido durante aquella semana trágica. Aseguró que la Delegación de la Policía Federal «prácticamente no tenía actividad operativa» y que él apenas ayudaba en la atención al público para los trámites de documentación y en tareas administrativas. Dijo también que nunca se le adjudicaron antecedentes en materia de derechos humanos y que por ese motivo ascendió hasta llegar a comisario general. Ese cargo tenía cuando se dictó la orden de captura en su contra en 2009 y decidió convertirse en prófugo hasta que lo capturaron, cuatro años después.

Durante su declaración dijo no recordar los acontecimientos. Es más: aventuró que «es imposible» que hubieran ocurrido. «Estoy preso por algo que no hice. No tengo nada que ver», repitió. Negó haber participado en ningún allanamiento y todos los crímenes perpetrados en La Noche del Mimeógrafo. Sin embargo, fue evidente su desconcierto cuando desde el Tribunal le mostraron una foja de su legajo personal, donde figuraba un reconocimiento de sus superiores por un «hecho subversivo», justamente, en julio de 1976. Algo que no pudo explicar.

Otro momento de titubeos fue cuando intentó responder a la pregunta del fiscal José Ignacio Candioti sobre su fuga y sus cuatro años de prófugo: «Tuve una terrible crisis emocional. Consideré que no estaban dadas las garantías y eso me llevó a decidir no estar a derecho», respondió. Sus palabras tampoco alcanzaron para despejar las dudas de los abogados querellantes María Isabel Caccioppoli, Marcelo Boeykens, Sofía Uranga y Lucía Tejera.

El horror en la adolescencia

Los dos primeros testigos en declarar fueron víctimas de Mazzaferri: Román y Minatta, quien fuera años atrás subsecretario de Derechos Humanos de Entre Ríos. César Román contó con detalles la semana de horror que vivió a sus 17 años, a partir de su secuestro el 19 de julio de 1976. Lo atraparon de noche, a metros de su casa, en calle 8 de junio 2016. Dos represores, a quienes identificó como «El Cordobés» y «El Manchado», lo subieron a un Dodge 1500 negro –Mazzaferri admitió que tenía un auto de esas características que siempre estaba estacionado en la puerta de la delegación– a los golpes y a punta de pistola. Del interior de su casa vio salir a Juan Carlos Rodríguez y Francisco Crescenzo, ya condenados en 2012, con los libros y los pósters que tenía en su habitación. Ya en el auto comenzó a escuchar la advertencia que se reiteraría durante todo su cautiverio: «Pendejo de mierda, decí dónde está el mimeógrafo».

Ya en la delegación lo pusieron en el llamado Casino de Oficiales. Allí apareció Mazzaferri, quien se hacia llamar «Mazzaferro». Lo llevó a otra habitación donde le hizo «el teléfono» –golpes simultáneos en ambos oídos– y junto a otros lo interrogó y lo golpeó. «Allí recibí la paliza más grande de mi vida», recordó Román. Cuando lo devolvieron al Casino ya estaban allí secuestrados otros de sus compañeros de la militancia estudiantil. De esa habitación los iban sacando de a uno y los veía volver maltrechos. Todo esto ocurría en horas de la noche: de día la Policía funcionaba normalmente.

El sobreviviente, que ahora es profesor de Historia, relató varios momentos de suma violencia en que palpó el horror y hasta pensó que se moría. En un oportunidad Mazzaferri le gatilló una y otra vez el arma en la cabeza, sin que saliera ninguna bala. «Eso fue como pasar por la muerte varias veces», dijo. Una fuerte patada en los genitales le provocó graves secuelas. Una noche lo dejaron desnudo en un patio hasta el otro día, en pleno invierno y bajo la lluvia. Pero el peor padecimiento no fue por un dolor físico, sino cuando lo obligaron a presenciar una sesión de tortura en que el procesado en esta causa le aplicaban picana eléctrica a uno de sus compañeros, Carlos Martínez Paiva. A Román lo subieron con la cabeza tapada hasta una habitación de primer piso y cuando le descubrieron los ojos vio al torturador y vio el cuerpo acostado de su amigo y pensó que estaba muerto. «Cantá hijo de puta porque después seguís vos», le gritó. Después puso a funcionar la picana.

Los estudiantes secuestrados fueron liberados una semana después del secuestro, luego de obligarlos a firmar una declaración en que admitían ser «delincuentes subversivos» y tras una arenga a ellos y a sus padres, que habían sido llamados al lugar, por parte del coronel Raúl Federico Schirmer, autoridad militar local.

Por unos panfletos

Los jóvenes que fueron víctimas de la Noche del Mimeógrafo eran militantes de agrupaciones políticas como la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y formaban parte de centros de estudiantes de escuelas de la ciudad. Habían alcanzado logros como el medio boleto estudiantil, que fueron anulados con el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. Entonces comenzaron a reunirse para preparar protestas contra la dictadura de Videla y las políticas económicas de José Alfredo Martínez de Hoz. Con un mimeógrafo que les había prestado la Juventud Peronista habían impreso panfletos con consignas contra el gobierno militar. Repartían esos volantes en espacios públicos de la ciudad. Sobre ese activismo político eran interrogados durante las torturas.

Sigue el jueves

La audiencia prevista para este miércoles fue suspendida, debido a que tres víctimas no se encuentran en condiciones emocionales como para declarar frente a su victimario. Otros testigos no se presentarán por problemas de salud. El juicio continuará el jueves.

Fuente: UNO Entre Ríos